EXT#1 – Etnografías sensoriales

Durante décadas la antropología ha sido una disciplina que ha ignorado completamente los sentidos, en su lugar se ha interesado por el significado de las cosas, la dimensión simbólica de la vida social, la descripción de las culturas, la interpretación de la sociedad… Los antropólogos y las antropólogas han dependido de la mirada (y de la escucha) y, en términos generales, han ignorado el resto de sentidos. La antropología ha sido una disciplina racionalista, esto significa que: (i) se ha olvido del cuerpo para ocuparse de la mente y (ii) se ha centrado en lo verbalizable y ha ignorado conocimientos y experiencias que no se pueden verbalizar ni expresar mediante el texto. La crítica de la antropología sensorial se va a centrar en el olvido y la marginación de la sensualidad y sensorialidad del mundo.

Durante mucho tiempo, los sentidos, tanto como la percepción, fueron objetos de estudio de la psicología o la neurología, disciplinas desde las que se van a entender tanto los sentidos como la percepción como procesos cognitivos, fisiológicos e individuales. Frente a esa concepción la antropología va a señalar la dimensión social que hay en sentir y desde ahí se van a aproximar a los sentidos como procesos sociales, corporales y culturales. Sentir, nos dirá David Howes, es un proceso social activo, ni es una actividad puramente psicológica ni es tampoco simplemente pasiva. Cuando uno siente se relaciona con el mundo activamente, y siente no solo individualmente sino como consecuencia de patrones adquiridos. Howes dirá que: “Los estudios sensoriales conllevan una aproximación cultural al estudio de los sentidos al igual que una aproximación sensorial sobre el estudio de la cultura”.

A men’s work group clears a new garden, una de las grabaciones de Stephen Feld entre los kaluli de Nueva Guinea, procedente de su disco ‘Bosavi: Rainforest Music from Papua New Guinea. Smithsonian Folkways’.

Entre los precursores de este campo emergente que se desarrolla desde la década de los noventa encontramos los trabajos de Steven Feld que en su trabajo Sound and Sentiment (1982) describe la importancia del universo acústico del pueblo Kaluli de las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea, y también Paul Stoller que señalará la relevancia que tanto el sonido como el gusto tienen entre los Songhay en sus estudios sobre las prácticas de posesión. Como consecuencia de sus trabajos ambos autores llamarán la atención sobre la hegemonía de la mirada (lo que describiremos como oculocentrismo) de la sociedad occidental y de la que adolece también la antropología.

De la reflexividad a la sensorialidad

Feld, Stoller, Classen, etc. serán algunos de los precursores de la antropología de los sentidos que se desarrolla en la década de los noventa. Un repaso por la historia de la antropología permite entender y evidenciar que la desatención a los sentidos y el cuerpo es (y sigue siéndolo) resultado de algunas concepciones fundamentales de la disciplina (y de occidente), entre ellas la dicotomía cuerpo/mente, la asociación de la racionalidad con la vista, la sospecha que tenemos ante el conocimiento sensual, etc. Hagamos memoria histórica para explicitar algunos marcos conceptuales fundamentales sobre los que se funda la desatención a los sentidos, esto es importante porque algunos siguen presentes en nuestras formas de hacer antropología y siguen siendo la causa de la desatención a la sensorialidad del mundo.

A finales del siglo XIX los antropólogos mantenían una clara fascinación por las cualidades físicas y sensoriales de las personas que investigaban. Fue una época en la que había un intento por clasificar racialmente a las personas en función de sus rasgos físicos, de ahí el intento por establecer tipos y la fotografía de ‘tipos’ era habitual. Personas individuales se convertían en el ‘tipo’ representante de todo un pueblo. Ese interés por el cuerpo y las capacidades sensoriales de los otros estaba conectado con todo un planteamiento ideológico según el cual los europeos se asociaban con la razón y la mente mientras que otros pueblos eran asociados con el cuerpo y la sensualidad. Los primitivos, se asumía, tenían especialmente desarrollados los que se consideraban sentidos inferiores, como el tacto o el olor. Frente a eso, los europeos se vinculaban con los sentidos principales como la vista y el oído, más sofisticados según la jerarquía según la cual se clasificaban en la época.

Evidencia del interés que los antropólogos tienen por las cualidades físicas y sensoriales de los otros es la famosa expedición de Cambridge al Estrecho de Torres liderada por Alfred Cort Haddon en 1998. La expedición incluía instrumentos para investigar las capacidades sensitivas de los isleños y entre sus hallazgos encontraron que su habilidad táctil (para discriminar táctilmente) era el doble que la de otras personas. Este tipo de hallazgos en realidad llevan a reforzar algunas ideas de la época y las dicotomías tradicionales entre salvajes y civilizados o entre cuerpo y mente, reforzando las ideas de la época que asociaban a los europeos con la razón y la mente.

El interés que muestra la antropología por los sentidos desde finales del siglo XIX será arrinconado tras la I Guerra Mundial, cuando la antropología comienza a interesarse por otros asuntos como el parentesco, la estructura política o la propiedad de la tierra. El estudio de los sentidos no se eliminó completamente, pero se circunscribió únicamente a dos sentidos: la vista y el oído. Esto se debe en parte al uso de las tecnologías de grabación tanto de audio como de imagen. El cine permitía registrar fielmente la imagen y las grabaciones de audio el sonido, frente a otros sentidos que no podían ser registrados (el gusto o el olfato). Se entendía que las grabaciones registraban la realidad sin mediación, de forma transparente y que, por lo tanto, el investigador podía acceder al mundo visual y auditivo de manera fiel, eso intensificó la relación de esos dos sentidos (vista y audición) con el racionalismo.

El interés por los sentidos quedará relegado a un segundo plano a partir de la segunda mitad del siglo XX. Así ocurrirá como consecuencia del desarrollo de la antropología cognitiva, interesada principalmente por los procesos mentales y después con la antropología interpretativa de los 70 (Clifford Geertz será el máximo exponente de esta última). Mientras que los antropólogos cognitivos habían pensado la cultura como un conjunto de patrones y modelos, Geertz formulará la idea de que podemos pensarla como un texto que ha de ser interpretado. La cultura no es algo que se siente y experimenta, sino que se lee (como si fuera literalmente un texto) y se interpreta. Desde esa perspectiva, el antropólogo es un intérprete de culturas que son textos, dice Geertz (el cual, a su vez, se dedica a producir textos). Será Geertz quien insista en la dimensión escrita de la actividad antropológica y quien describa a los antropólogos como ‘autores’. Ese marco epistemológico lleva nuevamente a arrinconar los sentidos tanto como objeto de estudio como en las formas de representación de la antropología. David Howes dirá que el enfoque interpretativista está personificado en la figura del antropólogo textual: un antropólogo que entiende la cultura como si fuera un texto y que está centrado en la tarea exclusiva de la producción de textos. Lo anterior nos muestra que las concepciones que tenemos de la cultura determinan el interés teórico que concedemos a los sentidos.

El interés por la escritura antropológica llevará en la década de los ochenta a un giro reflexivo en el que los antropólogos comienzan a revisar sus formas de escritura. Nuevamente la atención a la textualidad de la empresa antropológica se intensifica cuando los antropólogos comienzan a preocuparse por la retórica de sus textos y las estrategias literarias que utilizan en sus formas de representación. Como parte fundamental de esa reflexión se reconocerá que las antropólogas deben explicitar en sus análisis y escritos el lugar desde el cual entienden y escriben a través de ejercicios de reflexividad. Una década después, la antropología sensorial nos dirá que la reflexividad es un gesto relevante pero que no es suficiente: es necesario incorporar en la antropología la ‘sensitividad’ también (no simplemente la sensibilidad, en tanto capacidad para sentir, sino la sensitividad como ejercicio que moviliza los sentidos), es necesario preocuparse no solo por la reflexión sino también por la sensación. No basta con hacer un ejercicio reflexivo crítico sobre el conocimiento producido, sino que es necesario abrir los sentidos para producir otro tipo de conocimiento. En definitiva, lo que está en juego no es únicamente interpretar las culturas o hacer crítica sobre ellas, la antropología de los sentidos nos invita a dotar de sentido a las culturas, en el doble significado que esa expresión tiene: hacerlas comprensibles (hacer que tengan sentido) pero hacer visible también el papel que los sentidos tienen en ellas. La cultura ya no hace del lenguaje su locus fundamental, sino que lo sitúa en el cuerpo, la cultura no es un simple modelo para comprender cognitivamente el mundo, sino que se entiende como una forma de percibirlo y sentirlo.

Quizás pueda parecer que hemos superado algunas de las limitaciones que la antropología sensorial señala en sus críticas a los enfoques previos, pero quizás no hemos avanzado tanto: ¿sigue la antropología centrada exclusivamente en lo verbal?, ¿qué relevancia concede a otros sentidos en el trabajo de campo?, ¿hay espacio para otras formas de representación además del texto? Algunas de esas cuestiones las veremos más adelante.

Contra el visualismo y el verbocentrismo

La antropología sensorial toma como punto de partida un hecho simple: el mundo que habitamos es un mundo sensorial, en el que movilizando nuestros sentidos y que no puede ser reducido a lo racionalizable o lo verbalizable, hay mucho más que eso. Hay dos críticas importantes en ese punto de partida y que acompañan la emergencia de la antropología sensorial. De un lado la crítica al visualismo de la sociedad occidental, el oculocentrismo que durante los últimos dos siglos ha dominado no solo las prácticas de producción de conocimiento de la antropología sino de occidente; de otro lado, la crítica al verbocentrismo y textualismo, la fijación de la antropología con la expresión exclusiva del conocimiento mediante registros textuales.

Los trabajos que autores como Steven Feld o Paul Stoller realizan en otras sociedades revelan que, en otras culturas, los sentidos fundamentales a través de los cuales se relacionan con el mundo y se desenvuelven no son los mismo que en occidente. Feld muestra que entre los kaluli de Papua Nueva Guinea es especialmente relevante el sentido auditivo, mientras que entre los songhai de Nigeria la audición (y el gusto) son fundamentales, como nos cuenta Paul Stoller. Un ejemplo de la marginación del gusto en la antropología lo encontramos en la forma como durante mucho tiempo la disciplina se aproximó al análisis de la comida, sin dedicarle ninguna atención al gusto. De manera sintética encontramos tres líneas fundamentales que se abren con la reflexión antropológica sobre los sentidos desde hace tres décadas:

  • 1. El estudio cultural de los sentidos. Toda una serie de trabajos se van a interesar por lo sentidos de otras culturas como objeto de estudio y van a señalar el relativismo sensorial. Estas investigaciones describen cómo la percepción y los sentidos se organizan en distintas culturas. Tal es el caso de autores como David Howes, Constance Classen, Steven Feld o Kathryn Linn Geurts.
  • 2. El estudio de la percepción. Una segunda línea va a indagar desde aproximaciones fenomenológicas la forma como los humanos percibimos y desde ese lugar problematizará toda una serie de asunciones fundamentales de la ontología occidental, entre ellas la distinción entre cuerpo/mente y organismo/entorno. El trabajo de Tim Ingold es paradigmático en este sentido, y podemos enmarcar ahí algunas reflexiones de Paul Stoller también.
  • 3. La etnografía sensorial. Reconocer el interés de investigar los sentidos pone en evidencia que la antropología ha dependido tradicionalmente de la vista y el oído y ha ignorado otros sentidos en su producción de conocimiento. La etnografía sensorial implicará una llamada a practicar no solo la observación participante sino la sensación participante también. Sarah Pink será la autora que acuñe el concepto de etnografía sensorial.

Etnografías sensoriales

La atención a los sentidos en otras culturas va a llevar a las antropólogas a reflexionar sobre su propia práctica: ¿qué sentidos son los que utilizamos cuando tratamos de comprender el mundo y entender otros colectivos, pueblos y culturas? La respuesta evidente es que la antropología ha utilizado principalmente la visión y la audición cuando ha investigado otras culturas prescindiendo del resto de sus sentidos. La figura paradigmática con la que se describe el trabajo de campo etnográfico: la observación participante, da cuenta de la primacía concedida a la visión y el relegamiento del resto de sentidos cuando se ha tratado de comprender otras culturas. La disciplina no solo ha ignorado la sensorialidad de los mundos que investiga sino que ha ignorado también sus propios sentidos.

Al interesarse por la sensorialidad de los songhai Paul Stoller ya argumentará a principios de los noventa la necesidad de que las prácticas académicas se abran a la sensualidad, es lo que él designa como una práctica académica sensual o ‘sensuous scholarship’: “sensuous Scholarship is an attempt to reawaken profoundly the scholar’s body by demonstrating how the fusion of the intelligible and the sensible can be applied to scholarly practices and representations” (Stoller, 2010: 15). Una forma de construir una práctica académica más sensorial es aprender de la conformación sensual de otras epistemologías. En el caso de los songhai esto implica a prender a sentir como ellos y reconocer la relevancia que le dan al olfato, al gusto y la audición.

Para los songhai aprender, por ejemplo, no se entiende como un ejercicio que se desarrolla a través de la escritura y la lectura sino que se concibe en términos gustativos. Los seres humanos comen y son comidos, las personas se transforman a través de los procesos digestivos internos. Hay algunos rastros de concepciones similares en nuestro lenguaje, cuando decimos por ejemplo: «he devorado ese libro», «se me ha atragantado la lección», «me dan asco esas teorías», «soy incapaz de digerir esta lectura»… Para los songhai, el gusto tiene una preeminencia absoluta en su manera de concebir el mundo y así se evidencia en la importancia concedida al estómago que es el sitio donde reside la personalidad y la agencia de las personas. Stoller descubre, por ejemplo, que lo especiada y densa que es una salsa nos habla de la cercanía entre huésped y anfitrión, por ejemplo. Cuanto mayor sea la relación entre ellos, más ligera y suave será la salsa (aunque en ocasiones subvierten estas normas). Para hacer las descripciones más densas, habría que especiarlas con observaciones sensoriales, juega Stoller.

Nuevamente, puede parecernos extraño y ajeno, pero hay expresiones en nuestra sociedad que resuenan con esta perspectiva. Tenemos expresiones donde la agencia de las personas está conectada con el estómago, cuando alguien dice, por ejemplo: «me los voy a comer», y se refiere a disputar una competición deportiva, o «no voy a tragar con esa decisión». También tenemos expresiones como «me está consumiendo esta relación» o «le está devorando su trabajo» donde se planten metáforas que resuenan con el vocabulario del comer, aunque el origen de estas expresiones es distinto y su marco de inteligibilidad es diferente, resuenan tímidamente de alguna manera con esa manera de pensar. Los hechiceros de los songhai (sohanci) comen su poder y son devorados por él. El argumento de Stoller es que uno tiene que aprender de los songhai a través del cuerpo y por ello hace una llamada a un trabajo académico que preste una mayor atención a los sentidos y que explore cómo la fusión de lo sensible y lo inteligible es relevante para la antropología y para sus formas de representación.

Otra autora que desarrollará en tiempo reciente una propuesta en la misma línea es Sarah Pink, a través de lo que designa como ‘etnografía sensorial’, Pink se aleja de la fijación con el sentido de la vista y el oído para abrirse al resto de los sentidos en la práctica etnográfica: “In Doing Sensory Ethnography I outline a way of thinking about and doing ethnography that takes as its starting point the multisensoriality of experience, perception, knowing and practice”. Atender a la sensorialidad del mundo que nos rodea requiere, según Pink, aprender de los otros: “how sensory ways of experiencing and knowing are integral both to the lives of people who participate in our research and to how we ethnographers practise our craft”. Pink va a señalar la interdisciplinariedad que comporta considerar los sentidos y la conveniencia de tomar inspiración de dominios como las tecnologías digitales y el arte para inyectar una mayor sensorialidad en las práctica de campo de la antropología.

Conferencia de Sarah Pink donde realiza una presentación de lo que entiende por etnografía sensorial: «What is Sensory Ethnography»

RECURSOS

Sensory Ethnography Lab

Un programa de referencia en las experimentaciones multimodales es el Sensory Ethnograhy Lab fundado en 2006 en la Universidad de Harvard por el antropólogo visual Lucien Cataings-Taylor. En su descripción oficial se define como:

The Sensory Ethnography Lab (SEL) is an experimental laboratory that promotes innovative combinations of aesthetics and ethnography. It uses analog and digital media, installation, and performance, to explore the aesthetics and ontology of the natural and unnatural world. Harnessing perspectives drawn from the arts, the social and natural sciences, and the humanities, SEL encourages attention to the many dimensions of the world, both animate and inanimate, that may only with difficulty, if it all, be rendered with words.

El SEL tiene dos elementos centrales en su aproximación: ir más allá de lo textual en la (re)presentación del conocimiento antropológico al tiempo que se explora la relación y posibles intersecciones con los modos de hacer propios del arte. Las películas realizadas por Lucien Castaing-Taylor junto a otros colaboradores conceden, por ejemplo, una gran importancia al sonido en un intento por situar al sonido en el mismo nivel que la imagen. Buena parte de la producción del SEL es visual, pero la concepción del cine no es nada convencional:

“But what if film doesn’t speak at all? What if film not only constitutes discourse about the world but also (re)presents experience of it? What if film does not say but show? What if a film does not just describe but depict? What, then, if it offers not only ‘thin descriptions’ but also ‘thick depictions’?” (Taylor 1996:86).

Leviathan es una película de los antropólogos Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel. Castaing-Taylor es el creador del Sensory Ethnography Lab de la Harvard University. La película supone un ejercicio experimental en el que se exploran la multisensorialidad del registro audiovisual.

Sensorystudies.org

Sensory studies es un sitio dedicado a los estudios sensoriales. Ofrece una amplia cantidad de recursos sobre los estudios sensoriales, entre ellos amplias referencias a antropología sónicas recogidas en una galería de sonidos.

Sensory studies: http://www.sensorystudies.org/

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