La antropología ha consagrado la escritura como la práctica paradigmática para su producción, expresión y circulación de conocimiento. Sabemos, sin embargo, que el texto no es suficiente para dar cuenta de la complejidad del mundo, por ello, en tiempos recientes se desarrolla un amplio esfuerzo por experimentar con otros formatos de registro y presentación del conocimiento antropológico. Todo tipo de intervenciones que exploran con modos diversos de representación, géneros estéticos y lenguajes visuales. Una línea de trabajo que se alimenta de las discusiones de la antropología sensorial y que toma también inspiración en tiempos recientes de dominios como el arte y las culturas digitales.
La antropología ha consagrado la escritura como la práctica paradigmática para su producción, expresión y circulación de conocimiento. Escribimos al hacer trabajo de campo y escribimos después nuevamente, tal es la formulación del trabajo antropológico que propone Clifford Geertz. La modernidad tardía ha asumido que la escritura es el lenguaje paradigmático para la expresión del conocimiento y aunque hay otros lenguajes (visuales, táctiles…) pensamos que hay demasiada sensualidad en ellos y por esta razón hemos consagrado a la escritura como la forma canónica para expresar nuestro conocimiento de manera precisa.
Esta es una situación singular porque pese a la fijación con lo textual sabemos que lo visual siempre ha formado parte de la antropología. Así nos lo recuerda la historiadora de la fotografía antropológica, Elizabeth Edwards. La famosa expedición de Cambridge al Estrecho de Torres realizada en 1898, comandada por Alfred Cort Haddon, realizó grabaciones de cine a pesar de que este medio se acababa de inventar solo dos años antes. No solo eso, sino que los siete expedicionarios (entre los que se encontraban algunas de las que serían después figuras centrales de la antropología británica, como William Halse Rivers Rivers y Charles Seligman) portaban con ellos la tecnología más avanzada del momento: una cámara de cine, siete cámaras fotográficas, un proyector de linterna mágica y dos fonógrafos así como otros instrumentos para la medición de sensaciones. Hace más de un siglo la antropología se interesa por los mundos sensuales y perceptivos de sus contrapartes.
Desde Bronislaw Malinowski a Edward Evan Evans-Pritchard, pasando por Margaret Mead y Gregory Bateson, los antropólogos y antropólogas han hecho siempre uso de la imagen en sus múltiples formatos: fotografía, ilustración y cine (o vídeo). El caso de Evans-Pritchard es paradigmático pues sus trabajos de campo en la década de los treinta con los nuer y los azande produjeron un amplio archivo fotográfico. Los antropólogos visuales han criticado esa desatención y marginación que la antropología ha mantenido hacia lo visual. La disciplina sufre de eso que Lucien Castaing-Taylor llama ‘iconofobia’: un rechazo a la imagen basado en la idea de que esta no resulta fiable porque generalmente está sujeta a la interpretación y, por lo tanto, es difícil fijar su significado. A pesar de ese rechazo, la presencia secular de la imagen en las prácticas de la antropología evidencia que sus formas de registro han sido siempre más amplias que las textuales.
El museo cuenta además con las grabaciones de sonido de Evans-Pritchard, disponibles libremente en la web: https://soundcloud.com/pittriversound-1/sets/zande-field-recordings-made-in
Los desarrollos de la antropología visual son precisamente relevantes para comprender cómo esa sensibilidad ha dado paso en tiempos recientes a otros formatos de representación, géneros estéticos, lenguajes visuales, intervenciones y todo tipo de proyectos etnográficos que exploran otras formas de registro y representación multimodales. Nos encontramos con plataformas web, registros gráficos en cómic, géneros performativos y teatrales… modalidades múltiples para la representación y expresión del conocimiento antropológico.
Las propuestas de la antropología sensorial (y las etnografías sensoriales) continúan esa crítica al textualismo de la disciplina. Desde la década de los noventa, una serie de autores y autoras han comenzado a señalar de manera insistente la relevancia de tomar en consideración los sentidos para entender la cultura y comprender qué es lo que nos hace humanos. Sus trabajos nos han revelado que la cultura está hecha de sensaciones, percepciones, sensualidad y sensorialidad. Con el desarrollo de esta área se produce eso que David Howes (2004) ha llamado la ‘sensualización de la antropología’, tanto en términos teóricos como prácticos. En términos similares lo ha planteado Paul Stoller (1997) hace tiempo la invocar la necesidad de desarrollar una actividad académica más sensual (sensuous scholarship). Esto significa que los sentidos se convierten no solo en un objeto teórico de investigación sino también un modo de indagación que abre la antropología hacia nuevos modos de presentar y compartir su conocimiento.
La antropología sensorial toma como punto de partida un hecho simple: el mundo que habitamos es un mundo sensorial, nuestra experiencia está constantemente atravesada por nuestros sentidos y que esta no puede ser reducida a lo racionalizable o lo verbalizable, hay mucho más que eso. Hay dos críticas importantes en ese punto de partida que constituyen un vector de inspiración para la emergencia de la antropología sensorial. De un lado la crítica al visualismo de la sociedad occidental, el oculocentrismo que durante los últimos dos siglos ha dominado no solo las prácticas de producción de conocimiento de la antropología sino de occidente; de otro lado, la crítica al verbocentrismo y textualismo, la fijación de la antropología con la expresión exclusiva del conocimiento mediante registros textuales.
Las propuestas de la etnografía sensorial por atender a la sensualidad del mundo y buscar las formas de registro y expresión que puedan interpelar a nuestros sentidos resuenan con otros debates abiertos desde el ámbito de la antropología del arte y el estudio de las culturas digitales. Unos y otros se orientan hacia la experimentación con los modos de indagación de la antropología. No es sencillo, sin embargo, renovar nuestros métodos y sus modos de representación.
La antropología del arte ha señalado desde hace dos décadas las posibilidades que se abren para revitalizar los modos de indagación de la disciplina a través de sus intercambios y aprendizajes cruzados con el arte. Este planteamiento resuena con las propuestas que desde la sociología hacen autores como Les Back en su llamada para dar ‘vidilla’ a los métodos (live methods). Back señala específicamente la oportunidad de hacer que la práctica sociológica (y antropológica, para el caso) sea más artística a través de la incorporación de formas de representación no escrita que son propias del mundo del arte: “that sociology might develop new ways of telling and showing its empirical evidence and arguments through using techniques established in sculpture, curatorial practice, theatre, music and television drama” (2012: 33). Junto a Nirmal Puwar, Les Back señalaba tiempo atrás la necesidad de incorporar formas de representación no escritas como la fotografía, las instalaciones y formas de visualización que son posibles a través de las tecnologías digitales: “live sociology involves developing the methodological opportunities offered by digital culture and expanding the forms and modes telling sociology through collaborating with artists, designers, musicians and filmmakers and incorporating new modes and styles of sociological representation. Su propuesta pasa por una práctica sociológica más artesanal y artística. Muy importante en esta argumentación, los autores sugieren la posibilidad de que las preguntas de investigación se puedan transformar en prácticas estéticas y proponen buscar nuevas colaboraciones con el mundo del arte y la cultura.
Las recientes propuestas de la antropología multimodal pueden situarse en este amplio contexto y comprenderse como una continuación de ese debate que pretende abrir las formas de indagación y representación de la antropología más allá de lo puramente textual. Los proyectos que exploran posibles formas de representación y comunicación digital son quizás un ejemplo paradigmático que evidencia las posibilidades de estas tecnologías, aspecto sobre el que insisten Samuel Gerald Collins, Matthew Durington y Harjant Gill. El reciente Feral Atlas publicado por Anna Tsing, Jennifer Deger y colegas es un ejemplo singular. Una plataforma web que nos invita a explorar las complejas ecologías que se desarrollan a partir de los proyectos infraestructurales y que evidencian la imbricación de entidades no-humanas con los humanos. Pero no todas las invenciones en las modalidades de representación están limitadas al dominio digital.
La utilización de reciente de formatos performativos y teatrales permiten evidenciar formas de expresión del conocimiento antropológico que van más allá de lo digital. El reciente volumen de Cassandra Hartblay (2020) ‘I Was Never Alone or Oporniki: An Ethnographic Play on Disability in Russia’ evidencia las posibilidades del género de escritura dramatúrgico para la etnografía. El volumen está escrito como una obra de teatro en la que se dan detalles de la etnografía que Hartbly realiza con personas con diversidad funcional en Rusia. Un ejemplo distinto es la obra basada en el trabajo de Andrew Irving ‘The Man Who Almost Killed Himself’, escrita y dirigida por terceros, la obra se basa en su texto ‘Ethnography, art, and death’ (Irving, 2007). Para Irving, el proceso de adaptación y co-creación, así como el trabajo de colaboración con actores, permite la creación de nuevas formas de conocimiento antropológico. Un último ejemplo puede encontrarse en la obra ‘Donde el bosque se espesa’, resultado de un gran proyecto de investigación sobre la memoria histórica en el que participaba el antropólogo Francisco Ferrándiz. La obra fue creada por una compañía profesional de teatro en colaboración con los miembros del proyecto de investigación.
Al uso de los géneros performativos se suma el expositivo. La antropología tiene una larga tradición en el uso de exposiciones, una actividad revitalizada en tiempos recientes, de la misma manera que el uso de la ilustración etnográfica ha sido renovado teóricamente (Ingold, 2011; Taussig, 2011) al señalar la posibilidad de la ilustración como dispositivo para documentación y registro en el trabajo de campo o como forma de representación del conocimiento antropológico. La serie de monografías con el formato de novela gráfica publicada por la editorial University of Toronto Press representa el esfuerzo institucional más claro por respaldar este formato. Aunque como señalan Tim Ingold y Michael Taussig, más allá de una forma de registro y representación, el dibujo nos permite explorar, nuevos modos de indagación donde ver y hacer, mirar y dibujar se hibridan en la misma práctica.
En resumen, vemos cómo en tiempos recientes se desarrolla un amplio esfuerzo por experimentar con los lenguajes, estéticas y formatos para la expresión del conocimiento antropológico, que vayan más allá de la expresión textual. Un debate que se retrotrae décadas atrás, que se alimenta de las discusiones de la antropología sensorial y que toma inspiración en tiempos recientes de dominios como el arte y las culturas digitales.
IMAGEN DE CABECERA: Imagen de la fotógrafa y artista Judith Nangala Crispin, de su obra The Lumen Seed, un trabajo fotográfico realizado con la comunidad warlpiri de Lajamanu, en el desierto norte de Tanami.