El dibujo siempre ha formado parte del oficio antropológico pero le ha ocurrido lo mismo que a la fotografía: dibujar ha sido una actividad invisibilizada y marginada en una disciplina dominada por el texto y la hegemonía del verbocentrismo. Si revisamos la historia de la antropología encontramos dibujos, ilustraciones, mapas y gráficos en muchas monografías clásicas, sin embargo estos no pasan de ser considerados meras ilustraciones sometidas al dictado del texto. Muy raramente se les ha prestado atención como objetos de conocimiento relevantes y, más importante aún, como modos de indagación distintivos. Frente a esa marginación a la que ha sido sometido durante el siglo XX, somos testigos de cómo en tiempos recientes el dibujo (en sus múltiples expresiones) ha capturado el interés de antropólogos y antropólogas que han comenzado a incorporarlo dentro de sus prácticas antropológicas.
Antropólogos y antropólogas en contextos profesionales variados (sea en docencia o investigación) han comenzado a incorporar el dibujo en el oficio antropológico en las múltiples expresiones y géneros que este puede adoptar: en la forma de ilustración, a través del género de la novela gráfica o mediante el lenguaje del arte secuencial. La investigación antropológica ha integrado el dibujo al menos de tres formas distintas: (1) como formato de representación capaz de interpelar a nuevos públicos, (2) como técnica de registro que abre nuevas formas de relacionalidad en el campo y, finalmente y de manera más amplia, (3) la práctica de dibujar se convierte también en un modo de indagación antropológico desde la cual ser articulan formas de reflexividad e investigación distintivas .
